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Cortes de pelo y ondas cálidas.

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Pedro de Napoleon Dynamite, con peluca.
Well, when I came home from school, my head started to get really hot. So I drank some cold water, but it didn't do nothing. So I laid in the bathtub for a while, but then I realized that it was my hair that was making my head hot. So I went into my kitchen, and I shaved it all off. I don't want anyone to see.

Así como Pedro en Napoleon Dynamite, me he cortado el cabello algunas veces cuando hace demasiado calor. No rasurado completamente, pero sí cortado más allá de lo imaginable.

La primera vez fue en el verano del 2010. Entre la situación sociopolítica del país, situaciones migratorias personales, la onda cálida, y la falta de agua por el huracán Alex, el cabello largo parecía ser el único problema cuya solución se encontraba bajo mi control. Era algo tan fácil, pero complicado a la vez. Me daba miedo, vaya. Crecí como una niña que engordaba y adelgazaba como un neumático barato remendado con cinta de gorila. Uno de los mitos que nos repetían en los 1990s y 2000s era que a las gordas no les quedaba el pelo corto. Como si llevar melena de Tío Cosa nos fuera a transformar en Anahí. Como si, al momento en que la tijera la atravesara un poco más arriba de los hombros, el traje de la emperatriz también caería, y la gente se daría cuenta de nuestras verdaderas dimensiones. Era un tabú, pues.

Myrna Loy, actriz y flapper.

Pero tenía mucho calor. Tenía mucho calor y me encantaban las flappers. Esas morras de los 1920s que fumaban, bailaban, cogían, bebían, manejaban, y maldecían. Yo hacía también lo mismo. Menos fumar, guácala. Usaban vestidos cómodos sin faja pero con lentejuelas, maquillaje atrevido para la época, y el cabello corto.

Por supuesto no eran tanto los íconos de la liberación femenina. Para muchas de ellas, parte de la revolución era ser delgada casi “como un hombre”, y para eso recurrían a las viejas inconfiables de no comer, hacer dietas extremas, fumar cuando tenían hambre, o simplemente tomarse sus calorías y vivir del alcohol. Pero eran unas lokillas, pues. Y yo también era una lokilla. Una lokilla con calor.

Así que tomé las tijeras que tenía más a la mano - unas Fiskars para cortar papel, pegostiosas por el Pritt y la cinta adhesiva que a veces me llevaba de encuentro en mis collages - y le dí. Mi mamá me odió poquito, y me llevó al Chuy’s para que remendaran un poco el asunto. No iba a crecer de nuevo, obvio. Sólo darle algo más de forma con tijeras de verdad.

Cool as an apple, Enero 2011.

Después de cortarme el cabello, no me vi más ni menos gorda. No se acabó el mundo - ese ya se estaba acabando por su cuenta, nuestra cuenta. No se fue ni volvió el agua. No regresaron ni retuvieron a los conocidos desaparecidos. No rechazaron ni aprobaron mi visa. No subió ni bajó la temperatura. Por ahora. Y lo que fuera que sucediera, no tenía nada que ver con un cambio estético tan frívolo, y a la vez, tan funcional.

Por ahí del 2016-17, volví a hacer lo mismo. Calor, tijeras, cabello. Del mismo estilo. Se sentía como volver a casa de algún modo. Solucionar lo solucionable. Además, me había teñido y decolorado tantas veces en casa, que las greñas ya estaban fritas y necesitaban un renacer. Revirginización.

En el escenario de Mouthy Poets en el verano del 2017, una caricatura de mi misma. Atrás se ve Cleo Asabre Holt (QEPD) con su cabello chino hecho una dona y un mechón colgando sobre su rostro.

Al poco tiempo, caí en “ese culto” y me corté el cabello aún más. Así como corté amplios fragmentos de mis identidades y realidades. Era cómodo. Esta vez, estilo David Lynch. Pero no era yo. O quizás lo era. Cuando me expulsaron de ese culto, me corté el cabello mucho más. Apliqué la Britney. Y tampoco fui yo. O tal vez también lo era. Quizás todas nuestras versiones son nuestras, hasta las que no se sienten como tales.

Pelo corto, ojos muertos, Diciembre 2019.

Una vez que volví en mis carnes, durante la pandemia, comencé a dejarme crecer el cabello de nuevo como un ejercicio para recuperar mi feminidad. ¿Pero qué chingados es la feminidad? No es un monolito de cánones, estereotipos, y protocolos que, al dejar de seguirlos, te expulsan del género. Un craso error desde todos los tentáculos del pulpo de la existencia occidental.

El cabello no hace ni deshace a la mujer. Es la mujer quien hace y deshace al cabello a nuestro antojo, por estética, statement, y/o comodidad.

Este verano está haciendo más calor, y fui directo a la estética. Esta vez, con Susy Bustamante de The New Black en Barrio Antiguo. No más tijeritas pegostiosas para papel. Con alguien que sabe. Susy me cortaba el cabello poco a poco, por si me arrepentía. No lo hice. Me preguntaba si estaba bien tan corto, y yo le decía que faltaba más. Más y más. “Ya estás decidida, ¿verdad?” me preguntó. Yo le dije que sí, sin titubeos. Ya he estado en este camino, y lo retomo casi con memoria muscular, como quien maneja mil veces la misma ruta y se da el lujo de hacer pequeños cambios.

Short and fresh en Palacio de Hierro, Junio 2023.

Otra vez, como las veces anteriores, nada drástico ha cambiado debido a este corte. Quizás, como las veces anteriores, el corte mismo ha cambiado para acoplarse a los cambios drásticos que estaré viviendo en los próximos meses. Alguien alguna vez dijo que una mujer que corta su cabello está a punto de cambiar su vida. Puede ser.