Quiero dejar las redes antes de los 40
Por una vida sin desenredos.

He estado relativamente callada en mis redes sociales. O más bien, en mi red social. Hace más de un año que no publico nada en Twitter (I wonder why), y Facebook sólo la utilizo para meterme al marketplace y ver cosas que nunca voy a comprar.
¿Pero Instagram? Instagram ahí sigue. El scroll infinito. Los memes bonitos. Los anuncios. Los gatos chistosos de todo el mundo. Los videos que antes no existían. Los anuncios. Las vidas que aparentan ser mejores que la tuya. Las vidas que aparentan ser peores que la tuya. Los anuncios. La culpa por no saber solucionar el conflicto mundial del día. La pena ajena por las celebridades venidas a menos. ¿Te refieres a Magaly Chávez? Los anuncios. Los anuncios. Los gatitos. Los anuncios. Los escritores con más alcance que yo. Los anuncios. Las actualizaciones de amistades -los anuncios - y personas cercanas - los anuncios - que verdaderamente importan.
Los anuncios.
Hace algunas semanas me preguntaba cómo hacerle para atraer más lectores. ¿Cursos? ¿Dinámicas? ¿Retos? Se me ocurrió lo de un poema al día para todo el mes de abril. NaPoWriMo. Ya lo había hecho antes, será mejor en compañía. Mandé las señales de humo por Instagram con un contenido patrocinado. Le di mi dinero a Mark Zuckerberg por cinco días. El contenido recibió más de 800 likes. Hazlo por Ella recibió más de 100 subscriptores. ¿Pero el engagement? ¿Dónde queda el engagement? La gente pagando por el reto, compartiendo su obra, creando y desarrollando diálogo.
Ni todo el oro del mundo puede comprar una comunidad.
So pena de aparentar una vieja que le grita a una nube, antes las comunidades en línea eran más gratuitas y más posibles. Más orgánicas, como diría la chaviza. Los foros hechos en BBS para hablar sobre tus artistas favoritos. Los canales de conversación en mIRC. Las plataformas que iban y venían con contenido escrito a manera de revista y con oportunidad para comentar y compartir. Los sitios donde compartías una fotografía al día, tu verdadero highlight of the day.
Pienso en Bolt, donde conocí a Patricia. Pienso en Fotolog, donde conocí a Laiza. Pienso en el Comatorium, donde hice muchísimas amistades como Lorena, Amanda, Moyado, Marteeka, Voskat (a quien había conocido en otro forum, el BSH de Placebo, junto a su ahora esposa Laura), gente bellísima que está ganando como siempre. En el mismo Comatorium, donde conocí a mi esposo.

He conocido gente entrañable también en Facebook, Instagram, Twitter. Toda mi carrera como periodista principiante en los 2010s se la debo a Twitter. Escribía loqueras y cagadas como joyademanzana. Tuve un blog con ese mismo nombre, también conocido como Chica Pop de Mierda. Conseguí trabajos independientes con revistas musicales y publicaciones en línea. Entrevistas, reseñas, entradas gratuitas a festivales y conciertos para llevar a cabo dichas entrevistas y reseñas. Momentos inolvidables en persona que tuvieron su origen en la Internet. Abrazos, cervezas, canciones. Contacto humano y multisensorial. Pero después Twitter dejo de ser Twitter. Terminó, como dirían los Sneaker Pimps, becoming X.

Millones de caracteres se han dedicado a los peligros de las redes sociales. Más allá del “qué tal si la niña de tu edad con la que estás hablando es un señor pedófilo en un sótano en Tailandia” de la web 1.0, es un “qué tal si la señora que te encuentras en el supermercado es un troll que comparte teorías de conspiración en Facebook” en la web 2.0. ¿2.5 ya? La web 3.0 ha tardado mucho en llegar, con pérdidas y picos de abundancia. Todavía confío en mi guardadito de criptomonedas. Si bien la 3.0 tiene un enfoque más económico, el aspecto social de la 2.0, 2.5, etc. se ha ido desmoronando.
Y como ya dije hace unos párrafos, todo el dinero del mundo no puede comprar comunidad. Así sea en pesos, dólares, libras, bitcoins, doblones de oro.

No sé si sea el espíritu de los tiempos, pero estas semanas me he estado encontrando con mucho contenido que cuestiona el valor de las redes actuales. Comenzando por Ruy X. Wayé, un pionero del podcast y la autogestión literaria en México. Su ensayo “El internet es la gran decepción de mi vida” es una historia de amor y desamor que hace que Blue Valentine parezca un cuento de hadas. Cómo, hasta uno de los grandes frikis de la Internet en todas su facetas, a quien conocí por Twitter a través de Priscilla Campillo (a quien también conocí por Twitter, que es una chingonería de persona, le digo que saque su propio Substack pls y que ojalá un día me haga caso) también nota que “el barco está agujerado […] y el capitán mintió”, como diría Leonard Cohen:
El internet es la gran decepción de mi vida. Algo que antes me llenaba de ilusión hoy lo veo seco, muerto. Estoy convencido de que el internet en su forma actual hace más mal que bien. Y no solo eso: creo que no estamos preparados para usarlo. Es demasiado poderoso. Es demasiada responsabilidad. Nos ha puesto a unos contra otros. Ha minado nuestra confianza en la verdad y en las instituciones. No ayuda al progreso: lo ralentiza.
¿Pero sin Internet? ¿Sin redes sociales? ¿Cómo me doy a conocer como escritora? ¿Y sobretodo, qué tanto pinche importa que me conozcan o no?
He estado escuchando un podcast llamado Off the Grid, de Amelia Hruby. Es para gente con pequeños emprendimientos que quieren darse a conocer y crear comunidad sin necesidad de redes sociales. Son pequeños nuggets de información valiosa para establecer contactos en la vida real y en el www que amábamos de más jóvenes y que sigue ahí, aquí, esperándonos. Las cosas así han estado cayendo en su lugar. Lo primero que recomienda Amelia es hacerlo gradualmente. Avisar con tiempo, en tus biografías. Quizás no borrar el contenido, sino archivarlo, y usar los perfiles para redireccionar personas a los lugares en donde sí prefieras invertir tu energía. Sin comparaciones, sin inseguridades, sin chatarra, sin anuncios.
Amelia abandonó públicamente sus redes el día que cumplió 30 años. Un hito en su vida desde varios niveles. Una nueva era, prácticamente. Planeó hacer eso por meses, en preparación para su gran día.

Mi plan es un poco más laxo. Quiero dejar las redes sociales el día que cumpla 40 años. Acabo de cumplir 38. Tengo dos años para destetarme. Quiero llegar a las cuatro décadas sana, feliz, con mis seres queridos, estableciendo y reforzando conexiones duraderas con la gente que verdaderamente importe. Con resonancia, paciencia, cariño, honestidad.
Ya comencé instalando una aplicación que limita mi tiempo en Instagram a 30 minutos al día. Sólo ponerme al corriente de lo más valioso. También limité mi acceso a Pinterest, aunque con ella no hay tanta prisa aún por abandonar. Apenas comienza a ensuciarse de anuncios, pero no tanto como las otras redes. Sólo lo uso para sacar ideas para decorar la casa, arreglarme las uñas, y cuidar mis plantitas y mis piedritas. Estas semanas voy a desactivar por completo Facebook y Twitter, o lo que queda de ellas. Pero para los 40, ya no voy a estar en Instagram. Ni me le acercaré a cosas nuevas que absorban tiempo, dinero y atención. No TikTok ni lo que le siga.
Para los 40, sólo quiero mi sitio web, mi lista de correos, y otros métodos de comunicación más terrenales y menos invasivos. Ya hay planes. Estás invitado.