No es por gorda, es por autista
El estigma de peso y el diagnóstico tardío de autismo.
Algunos ya saben que soy paciente bariátrica. En julio del año pasado, me hice la manga gástrica. No, no me la hice sola, obviamente no soy la morra de Prometheus. Quien me operó fue el doctor Jerónimo Monterrubio, a quien le tengo muchísimo cariño y gratitud.
Este fue uno de los actos de amor más grandes que he hecho por mí misma. No lo hice desde un lugar de odio hacia mi cuerpo, como quizá lo hubiera hecho años atrás, con ese discurso mental de “pinche gorda, tienes que castigarte para que te quieran”. No. Me amo. Y porque me amo, quiero una vida más saludable, más feliz, y ¿por qué no? más divertida.

¿Y cómo andas de la mente, maestra?
Tengo 38 años, casi 40. Y toda mi vida me he sentido fuera de lugar, como si no encajara. Cosas que para muchos son básicas —conseguir un trabajo, hacer amigos, formar una pareja— siempre han sido retos enormes para mí. Por suerte, tengo al amor de mi vida, pero aún así, esas dificultades cotidianas han seguido presentes.
Hace unos meses, tuve un mental breakdance en el trabajo. En medio de esa crisis, hablé con mi psiquiatra, quien ya me estaba tratando por TDAH, y fue entonces cuando me dijo algo que me dejó en shock:
"Claro, es porque tienes rasgos del espectro autista".
De repente, muchas cosas comenzaron a tener sentido. La sobrecarga sensorial que me hacía querer esconderme del mundo, la necesidad de obsesionarme con ciertos temas, mi sensibilidad a la luz y al ruido. Cosas que para otros son incomodidades pasajeras, pero para mí resultaban agotadoras y constantes.
Hice el examen en julio, y la psicóloga lo confirmó: soy autista. Tengo lo que antes llamaban Síndrome de Asperger y ahora se llama Transtorno del Espectro Autista. Los exámenes también sacaron que soy muy inteligente, sobretodo en la escritura. Jeje. Pero en cuanto a lo social y a lo sensorial, estoy un poco, pues, retrasada —una palabra que no a muchos les gusta usar pero que sí llegó a ser utilizada en la historia.
Fue un proceso abrumador y tranquilizante al mismo tiempo. Por fin, entendí por qué siempre había sentido que el mundo me quedaba grande, aunque el mismo mundo no dejaba de decirme que la que le quedaba grande era yo.

El sistema mé(di)co, o cómo ser gorda te hace invisible y extravisible a la vez
Lo que realmente me voló la cabeza fue darme cuenta de que el sistema médico, o mejor dicho, el sistema meco (sin la segunda sílaba), había ignorado mi autismo por años, y todo por el estigma del peso. En mi última consulta con el doctor Jerónimo, me soltó algo que no me esperaba:
“¿No crees que se tardaron tanto en diagnosticarte como autista porque todo lo relacionaban con el peso?”
El equipo del doctor Jerónimo tiene un enfoque no pesocentrista. Jamás me pidieron pesarme cada semana, ni obsesionarme con los kilos. Se enfocaron en mi salud general: reducir la grasa visceral, ser más fuerte, más saludable. Este enfoque me hizo darme cuenta de lo sesgado que había sido el sistema mé(di)co conmigo.
Durante años, los mé(di)cos asumieron que mis problemas eran porque "estaba gorda" o "comía puro mugrero". Uno alguna vez me recetó antidepresivos porque según él, “estaba deprimida por el peso”. Como si no hubieran otras causas internas y/o externas para deprimirme. Pero en realidad, había algo mucho más profundo y que, de haberse diagnosticado y tratado desde un principio, hubiera ahorrado tantísima confusión y sufrimiento. Años de consultas donde solo miraban la báscula, cuando lo que realmente necesitaba era que me vieran a mí, como persona, y no como una masa de manteca.

De lo mental a lo físico y de vuelta a lo mental
Antes de llegar al proceso bariátrico, ya había pasado años en un viaje de salud mental, lidiando con mi TDAH y aprendiendo a amarme más profundamente. Una vez que sentí que había hecho las paces con mi mente, decidí trabajar en mi cuerpo. Una vez que mi salud física mejoró y ciertas cosas mentales nada más no cambiaban, pasé a enfocarme más a eso de nuevo.
Aún desde un estuche algo distinto, sigo siendo la misma persona. Con los mismos desafíos, pero con una nueva perspectiva sobre quién soy y cómo funciono.
No era que mi cerebro estuviera lleno de frutilupis, como llegué a pensar. No era que estuviera "pendeja" por estar gorda. Simplemente, soy autista. Y ese entendimiento ha cambiado todo.
Ahora que miro hacia atrás, me doy cuenta de cuántas veces me juzgaron por mi peso en lugar de ver lo que realmente estaba pasando. Sí, es frustrante. Pero ahora, por fin, siento que las piezas comienzan a encajar.
