Jónsi y el arte en todos sus sentidos
Visita a la exposición Flóð en el museo Hafnarhús de Reykjavík.

A pocas cuadras del puerto, hay una antigua bodega. Hafnarhús, ahora una galería contemporánea como parte del Museo de Arte de Reykjavík en Islandia. Antes pensaba que "Hafnarhús" significaba algo como "halfway house". Un reclusorio, un anexo, un espacio liminal en el que se tenía que cumplir una condena. Lo pensé por el aspecto de su patio, blanco y cerrado, con acceso a varias terrazas. Un lugar bastante elegante donde mantenerse encerrado. Típico primer mundo. Pero no. Era una bodega de productos transportados por vía marítima. Un purgatorio para los objetos antes de encontrar usuario.

ROK. El viento es un bajista.
Afuera de esta bodega, cuatro cuerdas se estiran junto a la puerta principal. La isla se alimenta de energía hidráulica y geotérmica, así que no hay cables ni postes eléctricos. Pero están estas cuerdas que no transmiten nada. Nada más que sonido.
Cuando el viento sopla, las cuerdas producen zumbidos oscuros y prolongados. Hay veces que el ruido es tal, que los dueños del restaurante al otro lado de la calle se han quejado del volumen. Los días que fuimos fueron soleados y tranquilos, con una brisa muy leve. Pero aún así, el viento es un bajista. A veces quieto, a veces intenso.
FLÓÐ. Una guía entre las mareas.
El bajo improvisado es parte de la exposición Flóð (Inundación) de Jón Þor Birgisson, un personaje de muchos talentos al que conocemos por su apodo de Jónsi. Juanito. Lo sigo desde el 2002 como parte del grupo Sigur Rós, que ese año me acompañó cuando observaba las nubes en viajes por la carretera, entre el duelo familiar y la confusión adolescente. Cuando ese año salió su tercer album ( ), lo compré con mis ahorros en el Mixup de la calle Morelos. Lo escuchaba por las noches, en la oscuridad absoluta, cobijándome en la esperanza y la desesperanza antes de dormir.

La pieza que da nombre a la exhibición nos cobija de nuevo en esa oscuridad, con las voces etéreas como guía entre las mareas. FLÓÐ es un cuarto oscuro con bocinas en las paredes. Para recorrerlo, tomé la mano de mi esposo y lo encaminé por las orillas, tocando los muros y siguiendo los sonidos. De vez en cuando, la luz tenue que salía de una línea en medio del cuarto nos daba una idea del entorno. Columnas negras con escombros en sus bases. La línea representaba las olas, en un vaivén a veces cíclico y a veces errático. En el ambiente, un aroma a pino, ambergris, algas marinas, aire ahumado.
Los óceanos antes bailaban al ritmo de los astros, siguiendo de forma periódica la gravedad de la Luna. El cambio climático derrite glaciares y descontrola este baile, aumenta los niveles del mar y cubre terrenos que antes no alcanzaba. Este cuarto representa lo que Jónsi llama La Gran Ola, una vez que ha consumido todo lo que malamente llamamos civilización. No hay nada civilizado en alterar los elementos.
REK. El suelo en movimiento.
En una sala del segundo piso, cuelgan seis láminas de acero oxidado. Las placas crujen y murmuran con bocinas en sus espaldas.

REK (Placas Tectónicas) es el nombre de la serie. Antes de la vida, había vida. Antes del movimiento, había movimiento. El suelo mismo se adaptaba y readaptaba, como estas representaciones, con erupciones y temblores como resultado.

El óxido ha creado formas muy orgánicas en estas piezas de labor humana. La naturaleza sigue emergiendo aún desde lo industrial. Seguirá haciéndolo cuando ya no estemos aquí. Después de la vida, habrá vida. Después del movimiento, habrá movimiento.
Es curioso que la palabra "REK" se parezca tanto a ROK (Corriente), título de la instalación de cuerdas afuera del museo. Corriente de aire, placas tectónicas. Aire. Tierra. Los elementos en acción constante y sonora.
SAD. Depression's for life, not just for winter.
En otro cuarto del segundo piso, hay un cilindro luminoso que invita a las personas a adentrarse en él. A cubrirse, esta vez, de la luz que a veces se va, a veces se viene, y a veces parpadea hasta la migraña. Las cuatro estaciones cerca del Polo Norte con sus respectivos coros. Lo pastoral de la primavera, el paraíso del verano, la tormenta del otoño, la confusión del invierno.

En una entrevista con KEXP, Jónsi compara a Reykjavík con la ciudad gemela de Seattle, en Estados Unidos. Dice que las dos son igual de deprimentes, con clima horrible, lluvia y oscuridad. Sugiere que "de esta oscuridad viene la creatividad", pues "la gente tiene que crear para ser feliz, saludable y sana".
Me he dado cuenta que los islandeses no toleran mucho el frío. Aún en el clima templado de agosto, usan suéteres de angora. La calefacción, de origen volcánico, a veces es exasperante. Mi marido y yo preferimos comer en terrazas, bajo el sol que duerme tarde, con lluvias ocasionales y gatos visitantes. En otra ocasión escribiré sobre los gatos. Pero si la gente aún pasa esto en los días cálidos, no puedo imaginar el terror de la oscuridad casi permanente en los días verdaderamente fríos.

No lo puedo imaginar, pero tampoco tengo que hacerlo. Los años que viví en Inglaterra, busqué formas de sobrevivir las puestas de sol a las tres de la tarde y el frío hasta los huesos con lámparas contra el SAD (Transtorno Afectivo Estacional). Lo único que el tono brillante y azul conseguía era deprimirme más. Recordarme que mi alma estaba en las tinieblas, con o sin luz en el cielo. Resulta que la depresión es de por vida, no sólo para el invierno. Benditas drogas y bendita terapia.

Bendito también el arte, que nos guía en la oscuridad, nos abriga en la luz, nos da serenata en el viento, nos da vida en el movimiento.