"Javier y Fabiola se casaron en un abrir y cerrar de ojos"
Texto escrito en vivo para Mermelada de Letras (2010)

Antes de irme de Monterrey, el 11 de Septiembre del 2010, fui parte de un evento bastante interesante con 9musasmty, Plataforma MTY, y Kala Editorial. Le llamamos “Mermelada de Letras”, inspirados en los Writing Jams que se estaban llevando a cabo alrededor del mundo.

La idea era multidisciplinariedad pura: un escritor se sentaba en su computadora, conectada a un proyector al fondo de la pared, y tecleaba una historia, poema, debraye, que se le ocurriera, de acuerdo a un tiempo límite, mientras un artista o DJ tocaba música. La audiencia entonces presenciaba el proceso creativo, la entrada a la zona, el nacimiento de un texto, su desarrollo y su conclusión.
Escribimos en vivo el autor Paulino Ordóñez, el narrador Luis Valdex, el poeta Iván Trejo, y yo. Cada quien, con un músico acompañante distinto. Yo con mi querida Laiza Onofre (en aquel entonces Celesta en la Cesta), Iván con una selección de Lucinda de Radio Invernadero, y si la memoria no me falla, Luis con un trovador, y Paulino con un saxofonista.
Fue el primer evento que se llevó a cabo en Nodriza, un tiempo en el que nadie quería hacer eventos, y ellos siguieron y siguieron hasta llegar a ser los grandes de ahora. Amados, “pinche Nodriza”-dos, pero inevitablemente aquí, siempre.
Una experiencia muy hermosa. Que se repita.
Acá está el texto que me eché:
Javier y Fabiola se casaron en un abrir y cerrar de ojos.
Él no era su tipo. Ella no era su tipo. Pero lo hicieron por pura inercia.
Eran jóvenes, y habían muchas otras oportunidades aparte. Pero ni modo. Estaban muy aburridos.
Como no se amaban más que como amigos y compañeros de peda, lo único que hacían era abrazarse en la cama y ver el canal del Monitoreo Vial.
Javier tenía su negocio de playeras. Su especialidad era burlarse de bandas fallidas, de eventos desastrosos, de personajes en bancarrota.
Su más reciente proyecto estaba basado en la desintegración de los Red Hot Chili Peppers. Tenía planeadas unas limas que dijeran "Red Hot Cheesy Peppers". No podrían vivir de eso, no. Y Fabiola era un desastre para todo. Lo único que sabía hacer era abrazar a Javier y ver el canal del Monitoreo Vial. Divertirse con las luces, con los choques espontáneos. Le gustaba ver familias enteras desmoronarse.
Una madrugada, Javier se fue a imprimir sus playeras nefastas. Fabiola se quedó, como siempre, postrada. En lo que le daba un vistazo al tráfico fluido en Churubusco, volteó a su izquierda y se encontró con su hermana Rocío comiendo un cóctel de frutas.
- Estás bien pendeja, Fabiola. – le decía Rocío, a quien apodaban Sorullo porque no se parecía a su padre – En serio que te mamaste. ¿Por qué hiciste eso? Mamá está bieeeeeeen decepcionada de ti.
- Pus… nomás… - se encogió de hombros.
- Cancelaste todos tus planes, ¿para qué? Nomás para echarte a la milonga con alguien que ni siquiera te gusta. Apuesto que ni si quieran han hecho el amor.
- Tú tampoco. Con nadie.
- Chinga tu madre, Fabiola. Es en serio. Estás arruinando tu vida bien gacho. Si no anulas tu matrimonio, ya valiste. Es más: apuesto que ni te acuerdas de la ceremonia. ¿Piensas estar ahí echada todo el tiempo que te queda de vida?
Fabiola le puso mute a las palabras de su hermana.
- Oy, maita. Qué bonita canción pusieron en el Monitoreo. La la ralalá…
Sorullo se pone a llorar y a repelarle:
- ¿Te diste en la madre de chiquita o qué?
Diez años atrás, mamá tendía la ropa en el patio. Éramos vecinos de la familia de Fabiola y Sorullo, hasta que pasó lo que todos sabíamos.
En fin, mamá tendía la ropa, y de pronto le cayó algo del cielo.
Le cayó una de las niñas.
- Oiga, señora. ¿No ha visto un avioncito de papel?
Era la pequeña Fabiola. Se tiró de la ventana para seguir su juguete.
- Fabiola, ¿estás bien? – a mi madre casi le daba el patatús.
- Dígame, señora. ¿Lo vio volar por aquí?
A la niña le salía sangre de los oídos y de la nariz, pero no se quejaba de nada.
- ¿No quieres que llame a un médico?
- No, señora. Estoy bien. Nomás no le diga a mi mamá que me escapé de la casa.
- En serio, pendeja. ¿Te sangolotearon de chiquita, o qué?
Fabiola no quería decir nada. ¿Qué había de malo en tener un pasatiempo? El suyo fue casarse con Javier.
En el canal del Monitoreo Vial, sonaban unos lindos teclados. Campanas, gotas de lluvia. Bien bonita. Pero bonita no era la imagen. Sobre Constitución, el Tsuru azul marino de Javier se había estrellado contra un camellón. Prensado como acordeón descompuesto. Vidrios y sangre esparcidos por todo el carril. La mitad de un cuerpo, yaciente a metro y medio.
- ¿Ya viste, Sorullo? – apuntaba Fabiola, riéndose – Este bato no sabe conducir.
Sorullo llora. Fabiola no.
Mi madre siempre ha dicho que los vecinos son bien raros. Que no me junte con ellos porque no son de aquí. Ni son de aquí ni creen en la Virgen María. Dice que son de "la religión", y que no tienen alma. Para muestra, Fabiola. Logró sobrevivir a una caída de diez metros de altura. Logró sobrevivir a un matrimonio fallido, con todo y viudez Deus ex machina. Cuando fue el Alex, su casa se inundó hasta el techo y no le fue a llorar al Arqui. Es bien rara esa familia. Y luego con eso de que Sorullo no es hija de su papá…
Lo que no sabe es que yo me encontré el avioncito de Fabiola. Estaba yo jugando en el otro patio, cuando lo vi volar hacia mí. Lo tomé, lo abrí, y tenía dibujada una familia. Era un retrato de monitos que había hecho a sus padres, a Sorullo, y a su perro Metiche. Se me hizo gracioso, porque me recordaba a mis padres, a mi hermanita Natalia, y a nuestro perro Franny. Le borré los nombres, le puse los nuestros, y se lo regalé a mamá el Diez de Mayo. Robar es lo mío. Robar amor, mucho más.