Convirtiéndome
Un poema a mi niña interna.

A propósito del día del niño, me puse a ver los álbumes de fotos en casa de mis padres. Encontré muchas fotos mías de pequeña, con gestos perfectos para stickers de WhatsApp. Fotos en piñatas, fotos de vacaciones, fotos con nuestra primera computadora de escritorio.

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Fotos con las abuelas, fotos con mis primas, fotos con mis padres y con mi perrito Puffy. Fotos en las scouts, fotos en el teatro, fotos haciendo todo eso que hacía para usar mi combustible interno - llámesele TDAH, generadora, metabolismo, o simplemente ser pequeña, libre y loca (pero no de la barra de Tigres).

Noté también mi decline emocional. De los ojos pispiretos a la mirada perdida. De la curiosidad infantil a la decepción preadolescente. Podría señalar el momento o los momentos en los que empezó a atenuarse mi alma, a temer el qué dirán y a sentirme defectuosa. Infancia como luna en Capricornio, diría mi astrologa. O simplemente una mezcla explosiva entre bullying crónico y la carga de ser hija única y no decepcionar a mis padres. Quiero abrazar a esa niña y decirle que no es decepción. Que su mera existencia, su curiosidad, su ternura y su flama interna, son un orgullo.

A esa niña interna le dedico este poema sobre cómo crecimos. Viene originalmente en inglés en Meanwhile (Mientras Tanto), mi libro debut de poesía publicado en 2020 por Burning Eye Books.

Convirtiéndome
Antes, yo era el sillón de mi abuelita,
viendo telenovelas
entre concursos y noticias.
Antes, yo era la cama alta de mi abuelo.
Era, al mismo tiempo,
la princesa y el guisante.
Yo era maceteros de envases de detergente.
Era sangre y pistolas, comedias picantes,
el calendario de Laura León en 1992.
Yo era el lavadero hecho bañera,
lluvia de aguacates sobre el techo.
Era libros polvorosos sobre historia española
y gruesas revistas sobre familias reales.
Me convertí en una muestra de perfume
rasca-huele en una página.
Ocean Dream,
corona de montañas,
ahogada en cinco tazones diarios de café
y primeras infatuaciones.
Me convertí en un discman,
los brincos en un CD-R quemado
y más de cien MP3 en viajes de carretera.
Me convertí en siniestra,
aún con sabor a bebé.
Memorias suprimidas,
pijamadas,
120 Minutos.
Me convertí en 1998,
me convertí en el 2001,
me convertí en las Torres Gemelas y King’s Cross St Pancras.
Ya no fui quien debí haber sido
y la cama se hizo más pequeña.
Sin flores,
sin maceteros detergentes,
sin revistas.