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Cuando naces con la música y la pierdes (y la recuperas)

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Escribí esto en mayo del 2022. Estaba aún muy herida por las cosas que había pasado en el 2019 y sobre las que trata el zine Hazlo por Ella #1. Duré más de tres años teniéndole miedo a la música. Ahora es parte de mi vida de nuevo. ¿Por qué habría que deshacerme de ella, si hasta mi nacimiento fue musical?

Las campanas de la iglesia suenan al fondo y me desdoblo. 
Solía hacer música. 
Nací a las 4:40. 
Crecí queriendo ser un pez para frotar mi nariz en tu pecera. 
El crescendo en “De Mí Enamórate” de Daniela Romo fue una de mis primeras frases. 
Pedía “La Incondicional”. 
Amaba a Pablo Ruiz. 
Fui a ver a Miguel Bosé y a la Onda Vaselina. 
Me metí a clases de teatro a los seis años. 
Clases de comunicación a los 11 – locución, conducción, periodismo. 
Luego canto, baile, actuación en el SET de Monterrey. 
Pasaba horas, días, con la música como mi redención, mi refugio. Escuchando y viendo D99, MTV, Telehit. 
Ganando convivencias en Planeta 104.5 con Nek y La Ley. 
Yendo a tardeadas a ver a Davide, Pinn, Mimanía. 
Mi grupo de amistades, fans de Savage Garden que conocí en el show de Ricky Toraya. 
Otras amistades como fans de Placebo, Radiohead, Sigur Rós, Muse, The Mars Volta. 
Mi marido, en uno de esos foros. 
En secreto, yo escribía. Canciones, cuentos, poesías. 
Clases de guitarra, bajo, percusión, que dejé porque eso no era de señoritas. 
Eso no era de mujeres. 
Eso no era de mujeres gordas. 
Pero seguí yendo a conciertos. Entrevistas, bandas, reseñar discos. 
Caribou, AIR, Editors, Calle 13, Teengirl Fantasy. 
Tomaba clases de escritura creativa y a veces leía lo que escribía. Gustaba. 
Me fui, me casé, seguí yendo a conciertos. 
Conocí gente, artistas, de toda edad y toda aspiración. 
Empecé a escribir, interpretar lo que escribía en público, en otro idioma, con músicos tocando a la par.  
Caí en un grupo pequeño, potente, correcto, incorrecto, de ellos. De ellas. 
Digo “hicimos una banda”, pero debí haber dicho “hice mi banda”. Equitativo, gradualmente jerárquico, toma de Estado.  
Mi corazón, mi cerebro, mi cuerpo, marionetas, cometiendo mil errores y lastimando gente que de verdad me amaba.  
Con la que todo ya ha sido por suerte restaurado, perdonando, sólo por esa gente, pero no por mí ni por aquellas que me tomaron, succionaron, dejaron.  
Que con ellos se llevaron la música, la palabra, por lo que había tanto luchado. 
Gente que en mi vida sólo estuvo 3 años me arrebató aquello que había amado desde hace más de 30 años.  
La música ya no era mía.  
Pasé de hacerla a callarla.  
De escucharla a temerla.  
Uñas en la pizarra.  
Espadas que cortan muy desde adentro. 
Mi obra escrita ha sido publicada, pero esa conexión se ha perdido.  
Siempre está ese miedo al abandono.  
Al olvido.  
Fui un nombre que ya no lo es.  
Una voz quieta.  
Un refugio incinerado.  
Un talento (?), un orgullo (?) enterrados. 
“I was a hero, god dammit”. 
O quizás sólo lo fui mientras acicalaba otros egos y me hacía su reflejo, su acto de caridad, con tantas identidades pero sin identidad propia.